
Es cierto lo que afirmó hace unos días el técnico. El torneo no terminó, todavía hay importantes puntos en juego y nadie debería considerarse de vacaciones. Especialmente cuando en la tabla de promedios los ciento cincuenta y ocho porotos están estáticos, mudos, mientras otros equipos, con el correr de los partidos, acrecientan la cosecha y superan la línea rojinegra. El díficil momento que esta viviendo el entrenador de la casa, mientras los cráneos de la institución siguen abocados a otros menesteres, llama a la reflexión. El acompañamiento del parodismo obsecuente -al que le está costando una enormidad defender lo indefendible- no es suficiente. El eterno «ito» está solo. Se metió en el baile y ahora nadie quiere ser su partenaire.
El síndrome de la omnipotencia, en este caso, es clave. Desde el excelentísmo señor presidente -avalado «por afano» en las urnas-, hasta el último pibe que calienta el banco de suplentes, pasando por todo el arco de involucrados, sufren de un ataque de vanidad excesiva, cada uno por diferentes motivos, que podría condenarlos al fuego del infierno por toda la eternidad. Unos a instancias de otros, quizás los menos pecadores. El olor nauseabundo no perdona, se impregna en la piel de todos, sin discriminar responsabilidades. Y el resultado es nefasto. A la falsa pertenencia sólo le falta un ente indicador de la adhesión que en este momento acapara el "proyecto". Dibujar una falacia más, emulando al modelo, no resultaría extraño.
APOSTILLAS



