miércoles, mayo 29, 2013

Caminando en la luna

Luego de cuarenta y cinco minutos en completa sintonía con las últimas actuaciones que derivaron en tres derrotas consecutivas, el entretiempo sacudió el polvo de la predisposición a cuenta gotas y definió estrategias salvadoras. Algo había que hacer para llegar al clásico de una forma más presentable, dejando en claro por dónde pasan hoy las diferencias con un menesteroso en desgracia. Y si no se podía a través del fútbol, pues bienvenida la picardía y la actitud. El adversario de turno mostraba demasiados flancos débiles, un plato fácil de digerir con la infusión adecuada. Por eso no extrañó la facilidad con que el clima, dentro y fuera de la cancha, pasó de denso a despejado gracias a dos exiliados temporales.

El triunfo, que en ningún momento encontró un correlato acorde en la gramilla, se encuadra en la previa por todos deseada. Nadie quería llegar a la fecha dieciséis arrastrando dudas, en especial después de desandar el semestre, pala en mano, tratando de reunir argumentos sólidos para enterrar definitivamente a un oponente en situación terminal. Si bien las derrotas preocuparon, la cantidad de goles recibidos preocuparon, la falta de un patrón de juego preocupa, una victoria como aperitivo oficia de calmante y a la vez de elixir efervescente para calentar la espera y volcar la presión, disfrazada de angustia, sobre el tradicional rival, que encima debe asimilar un duro golpe a horas de ganar un nuevo pase a la categoría inferior.

Lo que viene huele a trámite favorable, rápido y sencillo, aunque sin la gratificación del golpe de gracia. Tal y como apuntó durante el transcurso del certamen, el único regocijo se calzará el traje de la superioridad en nombre del menos malo, sellando el último gran choque hasta nuevo aviso. Un dejo de tristeza tiñe la despedida, el paso fugaz le devolvió el color a la historia pero cierra en soledad. Signo de estos tiempos. La barbarie, apañada e incentivada por barras bravas vestidos de dirigentes y ejercida desde la oscuridad por rufianes camuflados de simpatizantes comunes, le ganó la batalla al rasgo distintivo de la ciudad. Quedará el reencuentro para cuando el destino decida volver a cruzar los caminos y la madurez peregrine a la par de la tolerancia.


APOSTILLAS

Traición explícita. Ni el más desprevenido le creyó al excelentísimo señor presidente la parodia del disgusto por la decisión de jugar el clásico a puertas cerradas. La mayoría piensa que, entre gallos y medianoche, entregó la dignidad de los colores a cambio de nada. Sacarle del buche a la masa la oportunidad de una gastada memorable no tiene olvido ni perdón. Otra que debe.

Mala semilla. Los hechos de público conocimiento, que involucran a dirigentes de la élite porteña con barras, tienen al impresentable vice cerca del colapso. No sea cosa que se extienda esa mala costumbre de investigar determinadas relaciones carnales y caiga en la volteada. Con un escrache por tv, suficiente. La asociación ilícita es una figura que mete miedito.

Principio básico. El conductor no anduvo con vueltas. Para enfrentar a los descendidos, si no hay juego que por lo menos haya actitud. Como todavía predomina el déficit en el aspecto futbolístico, le pidió a la muchachada esfuerzo y sacrificio. De paso, y para limar cualquier aspereza, volvió a repartir elogios. Si el objetivo es sobrevivir, todos tienen que hacer su aporte.

Víctimas inocentes. Los dos delanteros de fugaz paso por el banco de suplentes le dieron una lección al entrenador. Ellos nunca fueron el problema. La ausencia de fútbol, cuestión sin resolver, los convirtió en las primeras víctimas de su propia inexperiencia. Uno por velocidad y otro por contundencia, no deben faltar nunca en la formación inicial. Muestra sin cargo.