jueves, abril 01, 2010

Huevos revueltos


¡A la marosca… se armó la rosca! Y justo en semana santa. Imperdonable. Asestar una puñalada donde más duele no es de buen cristiano. Nada justifica semejante felonía. Ni siquiera el argumento de la pérdida de paciencia. Sabido es que para la falsa pertenencia no hay peor traición que hacer públicas sus miserias. Mucho más, teniendo en cuenta el esmero y la dedicación con que procura ocultar la basura debajo de la alfombra. Si bien la deuda era de público conocimiento, la causa judicial iniciada en diciembre y el embargo por dos millones y medio de pesos dispuesto por el juez interviniente estaban ocultos bajo siete llaves. Lo peor del caso es que algunos medios han informado que no sería el único problema grave.

Más allá de la difusión de la noticia –levantada de un diario rafaelino, ayer, en los mediodías asoleados–, una generalización absolutamente liviana, esgrimida por un parodista intrascendente, desató la ira de quien demostró tener cola de paja. El impresentable vice llamó desesperado para salir al aire a dar su versión sobre el asunto y a exigir “pruebas” acerca de los conceptos vertidos, por los cuales se sintió tocado. Aseguró que él no juega al estanciero, no quedó claro si por temor a caer en el casillero «marche preso». El cuasi monólogo no sólo dejó al descubierto la pueril inconsistencia de la explicación esgrimida sino la limitación de un personaje que está muy por debajo del nivel intelectual del socio promedio. Vergonzoso.

La cosa no terminó ahí. El susodicho segundón comenzó una peregrinación por todos los programejos radiales para propalar la postura oficial que incluyó tonterías tales como “no es una deuda nuestra”, “nosotros respondemos con nuestra ética y el apellido, que es más que hacerlo desde lo económico”, “no damos a conocer públicamente los números porque los socios nos piden privacidad”, “el presidente representó a todos los clubes del interior en el tema de los derechos televisivos y no pidió nada a cambio”, entre otras. Hoy temprano, en las mañanas obsecuentes, el chupalerche primero asestó la reflexión más profunda sobre la cuestión: “Yo quiero saber quién se va a hacer cargo de los honorarios”. Caricaturesco.