lunes, septiembre 12, 2011

Condena en suspenso

Gracias al triunfo, unos cuantos salvaron el pellejo. Tras el descalabro que generó la derrota más dolorosa de los últimos ocho años, dirigentes, cuerpo técnico y jugadores hallaron un poco de alivio al cabo de noventa minutos de mucho tesón y algo de fútbol. Como ya se ha hecho costumbre, una vez acallada la nonagésima crisis con una sentencia favorable, aparecieron las dos caras de la moneda. Los desmesurados de siempre coincidieron en ver el despegue definitivo hacia grandes proezas mientras que los del lado opuesto le jugaron unas fichas a la teoría de la respuesta pasajera. Lo cierto es que la producción de la muchachada pareció una reacción en busca de inmunidad contra la crítica despiadada antes que una recuperación con fines serios y ambiciosos.

Al igual que las peores tragedias, determinados resultados no son producto de una sola causa. El clima previo, las amenazas de cánticos poco agradables, desataron una paranoia que los protagonistas decidieron capitalizar para darle un corte, por lo menos momentáneo, a la vorágine negativa que los mantenía presos en su propia jaula de cristal. Ni los supuestos atenuantes, que con tanto ahinco hicieron circular los obsecuentes durante la semana, en un denodado esfuerzo por blindarlos contra el terrorismo mediático, sirvieron para calmar la pesada atmósfera que terminó envolviendo su estrecho mundo. La tibieza del rival también hizo su aporte. Para aderezar con doble condimento la definición, una advertencia los puso en estado de alerta y movilización.

El negocio bien entendido por todos tiene estas cosas. Una victoria tranquiliza a las fieras y sitúa en pausa los arrebatos desestabilizadores de una calma que hace equilibrio aferrada a la baranda de un puente sobre aguas turbulentas. Así encuentra traducción el castigo que acecha a la falsa pertenencia. Quemados los fuegos de artificio, el crédito parece en vías de extinción; sólo hace falta un paso en falso para que la masa le caiga con el peso de la paciencia agotada. Estos días fueron una muestra de lo que podría desatarse si, en la cancha, el fútbol se niega a aparecer. El primer mandatario tendrá que agudizar el ingenio para mantener el barco a flote porque los espejitos de colores ya no engatusan a nadie. Con la mentira institucionalizada, difícil que el cielo ayude.


APOSTILLAS

Sin pudor. Con la subestimación como bandera, el excelentísimo señor presidente salió a explicar lo inexplicable, pero como el perímetro de la entidad ya le queda chico, esta vez incluyó hasta la curia eclesiática. La facilidad con la que supo manipular voluntades lo ha ubicado en un pedestal desde el que se cree capaz de extender su influencia hasta el infinito. Ojota con la factura.

Hipocresía al palo. Algunos renuncian avergonzados por decisiones que dañan su sensibilidad religiosa, sin embargo miran para el costado cuando de deshonestidad dirigencial se trata. Al parecer, el retiro de una imagen afecta más que las certezas de un cambio en el nivel de vida de quienes dejan jirones de su humanidad por el club. Los que amagaron la tienen más clara.

Sinceridad brutal. Con una mueca risueña en su rostro, el volante enfrentó las cámaras y dio su parecer respecto del tema que traspasó las fronteras provinciales. "La pondrán donde quieran los dirigentes que son los dueños del club", señaló, blanqueando lo que todos los socios saben pero prefieren soslayar. Como le pasó a más de uno, cuando lo asuman, probablemente sea tarde.

Para que tenga. Tangencialmente, al desertor le pegaron de todos lados, pero el más duro fue el goleador histórico, quien afirmó que el virginal barullo lo armó "gente malintencionada que habla pelotudeces". Este es el mensaje, que brota desde adentro, para los que en el futuro pretendan renunciar a la causa y, una vez idos, hablar mal del régimen. A pensarlo dos veces.