jueves, junio 17, 2010

Audaz, se eleva

En una sociedad donde, cotidianamente y en cualquier orden, la frustración se impone por goleada a todo tipo de afán, el acontecimiento que reúne a los mejores del planeta se transforma en el centro de atención por excelencia donde confluyen, antagónicas, las dos caras del ser nacional. El fútbol vernáculo despierta pasiones donde abrevan los pro y los contra, y nada mejor que un mundial para llevar al extremo el sentimiento. La cuestión se exacerba cuando domina la escena una figura que despierta tantas adhesiones como rechazos. Si la cosa marcha bien, su estrella volverá a brillar con soberano fulgor; de lo contrario, el fuego del infierno consumirá su presente, confinando el mito al olimpo del pasado.

Argentina está demostrando que adelante tiene con qué, pero que atrás es un tremedal. Y la mayor duda sigue apuntando hacia el banco, aunque un impostado rostro se asome como si todo estuviese bajo control. La realidad marca que la selección es la más poderosa de su grupo y que, hasta ahora, sólo con la potencia ofensiva le fue suficiente; sin embargo, la descompensación preocupa. Los rivales, aún, por momentos, inquietando el funcionamiento general, han sido inferiores individual y colectivamente, inclusive el que falta enfrentar; por lo que resta saber cómo responderá ante un oponente con similares capacidades. Hoy anunció que está en crecimiento, y que puede ser más dinámica sin la presencia del freno de mano.

La puerta está abierta, para avanzar y para intensificar el debate al ritmo del avance. Está claro que, según el resultado, los mediocres de uno y otro lado aprovecharán la volada para embestir con la frase de cabecera del dios motivador o con cualquier otra que hunda el dedo en la llaga del pasado reciente. Los pro y los contra forman parte de la propia esencia de la especie autóctona, tanto así que en el fragor de la confrontación se nutren y se sostienen. Para no apartarse de la línea, por estas horas se cruzan quienes festejan desaforadamente y los cautelosos que prefieren esperar. Después de todo, bajo un cielo acostumbrado a cobijar desengaños, las victorias provocan, en los sufridos mortales, los mismos efectos que un elixir sanador.