jueves, febrero 12, 2009

Las patas de la mentira


Para que el engranaje del engaño y la patraña funcione como un relojito, es necesario que todas las piezas involucradas cumplan con una labor determinada. Una cabeza que pergeñe la vil operación, un ente difusor cómplice e inescrupuloso y una masa, con coeficiente intelectual subterráneo, ávida por deglutir sin masticar. Primer acto: esta mañana, los chupalerches de la emisora enredada le preguntaron al «biondo gnocchi» qué tan próxima estuvo la llegada del inscripto más famoso. "Si fuera por el jugador y la gente de IRM, muy cerca (…) Me di cuenta de las dificultades para traerlo cuando después del gol de Prediger todo el estadio comenzó a corear su nombre". ¡Qué percepción, mamita querida!

La venta del artillero de Margarita, cómo no podía ser de otra manera, también hizo agua por todos lados. Segundo acto: página oficial, información sobre las cifras definitivas de la millonaria transacción. Dos palos y medio en efectivo –olvidaron aclarar que en cuotas–, el cincuenta por ciento de un jugador –que el dt ignora–, cuya cotización parece ser un invento de considerables proporciones y la cesión a préstamo, sin cargo, de un lesionado –aunque la dirigencia sostenga que fue una negociación aparte–, pupilo del representante del entrenador que a su vez es representante del goleador histórico y de unos cuantos retoños de la entidad, a instancias del implacable veterano. Redes sociales, que le dicen.

Nada de esto sería posible si no hubiera un repugnante parodismo genuflexo que se presta alegremente a la fantochada, sin medir consecuencias. ¿Acaso no advierte cuánto contribuye a la mediocridad general de la que tanto se queja? ¿Acaso no se avergüenza de protagonizar un papel tan humillante? Lo cierto es que todos se han convertido en peleles de una dirigencia inepta que puede llevar a Colón al peor de los desastres. Ya sea por una pizca de poder ficticio, por algún interés económico o por el simple hecho de creerse parte de una casta superior, han resignado el capital más preciado del oficio. La credibilidad no se compra en el kiosco de la esquina, se construye día a día a base de respeto, por uno mismo y por los demás.