martes, agosto 30, 2011

El final de la inocencia

El sol asomó para confirmar lo que anunciaba la previa. En su cenit, fue testigo del fervoroso andar de miles de incondicionales latidos hacia una celebración que presentían inolvidable. A medida que avanzó la tarde, su tibieza cobijó la decepción de un escenario incrédulo, al que no le quedó otra que enjugar la bronca con sus paños más preciados. El ocaso selló una jornada aciaga, de esas que invitan a la reflexión después de un golpe inesperado. Con los gritos ahogados, con el desconsuelo de quien cuenta oropeles herrumbrados, la noche cayó triste, acompañada de una certeza difícil de digerir pero contundente, como una matemática perfecta, desafiante de lo establecido, irrespetuosa en su génesis y desmesurada en el cálculo final.

Algunos dirán que no hubo coraje, otros que no hubo fútbol; algunos dirán que no hubo ambición, otros estrategia; algunos dirán que no hubo actitud, otros inteligencia. Los más, hablan de soberbia. Un preparado que incluye de todo un poco. Lo cierto es que la lección del clásico rival quedará grabada en las conciencias de una dirigencia profana, convalidada por mayoría societaria; en el historial de un plantel inflado, especialista en justificaciones de ocasión; en el curriculum de un cuerpo técnico inepto, manejable y manejado; y en las retinas de una parcialidad sorprendida en su buena fe, que no esperaba semejante veredicto. Si bien la derrota forma parte de las reglas del juego, la forma asestó la herida más profunda.

Reponerse de tamaña vapuleada será una empresa trabajosa, aunque algunos pretendan arroparse con un cobertor de amianto. Por lo pronto, y contra los pronósticos que la lógica impone, la renuncia no parece figurar en los planes a corto plazo. Quedó claro en la conferencia post partido cuando, vacunado contra el virus del amor propio, el entrenador asumió la responsabilidad y apuntó al optimismo para remontar el mal momento. El "proyecto" sigue firme; tal vez un tanto magullado, pero sólo hasta que el horizonte aclare por obra y gracia de la buena fortuna. Mientras tanto, los principales hacedores de este presente, se automedicarán con unas cuantas grageas de silencio reparador, a la espera de que las aguas retomen su cauce natural.


APOSTILLAS

Mal presagio. Empezó la semana en el ojo de la tormenta. Un alma en desgracia hizo su aporte al listado de epítetos que manejan algunos líderes porteños, aunque "hipócrita" podría encuadrarse entre los que menos lo afectan. Peor fue escuchar el «hit» del momento que le tarareó al unísono el coliseo juliogermano al término de la contienda. Ese tipo de melodías no sólo lo ponen nervioso, sino que lo deprimen. ¡Un poco de consideración!

Chupate esa mandarina. El mejor jugador de la cancha le dedicó especialmente la victoria. Aunque en los días previos, y a pedido de sus asesores de imagen, salió a aclarar que unas manifestaciones suyas, vertidas hace un tiempo, fueron "sacadas de 'contesto'", el palo lo recibió igual. En vivo y en directo, por la pantalla impúdica y ante millones de televidentes, su figura fue la destinataria de una zurra monumental. ¡Pegue que no duele!

Increíble pero real. La actitud menos esperada desconcertó a más de uno. Probablemente un dejo de envidia lo llevó a emprender el camino hacia el vestuario visitante para felicitar a los justos ganadores. Un conductor que supo cómo plantear el partido y unos intérpretes que dejaron todo en el campo de juego movilizaron su flanco sensible. Después de eso no le quedó resto para enfrentar las cámaras y hacer su descargo. ¡No le pidan tanto!

Titanes en el ring. Un energúmeno lo sacó de las casillas. Tanto, que amagó con quitarse los guantes para trompear al agresor verbal. No satisfecho con eso, lo esperó en la manga apuntándolo con el índice inquisidor y babeando de furia. Informe cantado por premeditación y alevosía. El día después hizo su descargo y pidió disculpas "a quienes se las debía". Menos mal que las gradas dieron el ejemplo que él y los orientales olvidaron encarnar. ¡KO técnico!