sábado, mayo 21, 2011

Se viene la noche

El fútbol argentino es el fiel reflejo de la sociedad que lo cobija. Y el "todo pasa", como nunca antes, el slogan que guía sus destinos. Arbitros corruptos, dirigentes en rebeldía ocasional, corporativismo interesado, premios y castigos, silencios cómplices, cinismo en cantidades siderales y un negocio multimillonario sin control. El aroma nauseabundo que emana de la entidad madre ya se siente en todos los rincones, aunque el don minimice por un lado e intente tapar por otro. El poder construido a lo largo de más de treinta años está en el ocaso, lo grave es que el maestro, como buen docente, ha sabido sembrar la semilla con constancia y aplicación. Cualquiera de sus discípulos está capacitado para continuar en la misma línea y hasta profundizarla.

El entramado que supo tejer a lo largo de las décadas, le permite disfrutar hoy de un apoyo descomunal de parte de los involucrados. No hace falta aclaración alguna. El salvataje, en la medida que sea, implica respaldo incondicional sin necesidad de acuerdos previos. Códigos mafiosos. Los dirigentes hace rato dejaron de ser hombres que ofrendan tiempo y dinero a cambio de nada. En la actualidad, la actividad es, veladamente, rentada. La dedicación, de por sí, cotiza en alza. Quien acepte formar parte del círculo virtuoso tiene, en mayor o menor medida, y según las circunstancias, su compensación. "Los dirigentes son mártires", suele decir quien supo estar bien con dios y con el diablo en la carrera por permanecer. En consecuencia, actúa; y a cambio de lealtad, reparte favores.

El caso vernáculo, mal que le pese a muchos, es conocido a nivel nacional. Nadie ignora que la inversión en el "estadio más lindo del país" no salió de las arcas sabaleras. La obsecuencia es «sine qua non». Una minúscula muestra comparada con lo que puede suceder en el futuro. "Es como mi padre", deslizó el excelentísimo señor presidente hace unos días, en un medio adicto. Calzarse el mote de heredero no entraña una actitud inocua. Es su aspiración. Y dentro del cambalache, todo es posible. Mientras la afición en general asiste perpleja al desarrollo de los acontecimientos que por estas horas dominan la escena pública, una certeza comienza a dar vueltas por el ambiente del espectáculo más redituable del planeta. El «roba pero hace», sin excepciones, está dando frutos.