lunes, julio 05, 2010

KO técnico

Y súbitamente atronó el silencio. Se ahogaron los cánticos, dejaron de flamear las banderas y la pirotecnia dispuesta quedó para una mejor ocasión. Frente al primer rival de fuste, no surtieron efecto ni los carteles motivadores colgados en el vestuario, ni los cuernitos de la primogénita apostada en la platea, ni las ocho invocaciones a la santa cruz antes del pitazo inicial, ni la cadenita en la mano durante la contienda, ni la presencia en el banco del defensor que fue ungido con los santos óleos gracias a un sueño premonitorio. Las cábalas se desvanecieron cuando un verdadero equipo se interpuso en el camino del triunfalismo, carente de real sustento, que emprendió el combinado nacional de la mano de un dios sin religión.

Algunos dirán que murió con las botas puestas, otros que la derrota fue consecuencia de la arrogancia y la obstinación, los más que fue producto de la ineptitud. De todo un poco. Lo cierto es que el revés figuraba en los planes; la vapuleada, no. El cuatro a cero no sólo evidenció la falta de planificación que caracterizó a este ciclo, sino que le asestó una puñalada en el corazón al ídolo acostumbrado a erguirse en el lado opuesto de la autocrítica. Como broche de oro le quitó méritos al adversario que desnudó sus falencias y destrató a un parodista que voceó lo que todo el que sabe, opina. Sin embargo, para muchos, esto no fue suficiente. Al parecer, DM se ha transformado en una adicción imposible de superar.

Quizás porque su figura es un espejo del ser nacional. Quizás porque es el único que tiene espalda para cargar un fracaso y salir indemne. No obstante, si no hay un cambio de raíz, las decepciones seguirán sucediéndose. Aunque como la historia terminó mejor de lo que unos cuantos preveían, está claro que las razones para torcer el rumbo continuarán durmiendo el sueño de los justos. Mientras el negocio resulte redituable, nadie se atreverá a embestir contra el sistema. Así las cosas, quizás por estar muy lejos de la inteligencia germana, el orden holandés, la humildad uruguaya y el lirismo español, es que habrá que asistir a la reedición de la final del setenta y cuatro despojados de pasión, pero con el gusto por el buen fútbol intacto.