viernes, diciembre 09, 2011

La mesa está servida

La suerte no existe. En el fútbol, los resultados se explican analizando los hechos que se desarrollan dentro de la cancha y el contexto determinante. En el marco de un torneo donde los grandes están pagando años de desmanejos institucionales, con un cuarenta por ciento de participantes de extracción menor y un veinticinco, más allá de algún minuto de gloria, que suele decorar la mitad de tabla, no debe sorprender el despliegue de un juego empobrecido. Fiel reflejo de la clase dirigente, el negocio que aniquiló al deporte no permite el lucimiento, la mayoría sólo lucha por permanecer para salvar intereses ajenos a los laureles. Hoy en día, la regularidad explica la consagración del campeón y la mediocridad al lote que corre parejo.

En semejante escenario no es difícil analizar la campaña, como pretenden instalar los obsecuentes a sueldo. La suma de puntos es buena, máxime considerando que navega a la deriva, pero el paupérrimo rendimiento futbolístico sepulta cualquier atisbo de satisfacción. El examen ofrece un panorama complicado sólo para los estilistas de la realidad. De visitante, se relajan, no necesitan mostrar atributos que no tienen; con acertar una carambola y después a aguantar colgados del travesaño, suficiente. De local, cuando deberían marcar diferencias, la cosa se enmaraña. Si además un puñado de veteranos decadentes transforma el equipo en un coto de caza sin conducción ni espíritu de conjunto, pues el cóctel saberá a rancio.

De todas maneras, un par de triunfos les permite distenderse y encarar el receso con la tranquilidad del deber cumplido. El mínimo esfuerzo y la afición sosegada hasta una nueva ronda. Sin embargo, un detalle escapa a la impresión de los involucrados. Uno directamente relacionado con el manifiesto que identifica a la parcialidad comprometida. Colón es un sentimiento. Y el que hoy invade los ánimos es el de decepción. Este fue un semestre revelador; quedaron al descubierto las intenciones del primer mandatario y su séquito, la falta de respeto de los jugadores hacia la parcialidad y las operaciones montadas por el parodismo pago. ¿Cuánto más podrá sostenerse la burbuja indecente? Los próximos meses develarán la incógnita.


APOSTILLAS

Tráfico de influencias. Todos los que siempre se quejaron del histórico maltrato, esta vez se tendrán que lavar la boca con agua jabonosa. Mientras algunos calculaban una sanción ejemplar para el delantero enclenque, devenido en matón de pacotilla, el ente a cargo regurgitó una fecha. Se esperan cánticos de agradecimiento a la gestión del excelentísimo señor presidente y al recomendado que casi desespera en la espera. Satisfacción garantizada.

Malas nuevas. Al parecer, el recorte de subsidios alcanzó a los socios caracterizados que desinteresadamente acompañan al equipo en cada salida de visitante. Como muestra del descontento, la banda que ameniza el espectáculo ubicó los trapos patas para arriba. El impresentable vice prometió conseguir financiamiento para el año venidero. Todo sea para que la fiesta no decaiga, ni antes, ni durante, ni después. No sea cosa que se de vuelta la tortilla.

Guitarras al viento. La victoria actuó como elixir milagroso, empujando a la muchachada a tomar los micrófonos por asalto. Los que se mandan a guardar cuando el resultado resulta adverso, en esta oportunidad pugnaron por un minuto de aire. El más elocuente fue el guardameta. "Es inexplicable lo que nos pasa", apuntó respecto de la irregularidad. No es tan grave como para psicólogo, con mirarse al espejo cada mañana basta y sobra.

Techito por si llueve. Sorpresivamente, unas horas antes del encuentro, el chupalerche primero abrió el paraguas. El más acérrimo defensor de la causa, advirtió que la continuidad dependía de los últimos resultados. Finalizado el encuentro, le faltó descorchar champán. La posibilidad de la copa -"no estábamos al tanto", reconoció- lo pone a tiro de reclamar un premio. El trabajo insalubre no tiene precio; para todo lo demás está la conciencia.