lunes, diciembre 06, 2010

Demasiado tarde para lágrimas

Tres estados de ánimo dominaron la cálida noche vernácula. De la euforia por el triunfo parcial, la tribuna pasó al conformismo por el empate transitorio hasta terminar en la decepción por la derrota en tiempo de descuento. Pasado el minuto fatal, las gargantas enmudecidas le abrieron paso a los alaridos de protesta. Contra los jugadores, contra el técnico y, por supuesto, contra la dirigencia. En momentos como éste la falsa pertenencia observa desesperada cómo baja su cotización a niveles subterráneos. La afición defenestra lo que antes de iniciar el encuentro eran maravillas incomparables y se acuerda de reclamar el campeonato, o por lo menos una muestra advertible en cancha de la ambición.

Y la pregunta surge espontáneamente. ¿Cómo repercutirán en las elecciones los últimos resultados? Si la semana anterior hubo lavado de cabeza, mejor ni pensar lo que puede pasar en los próximos días. La cantera de anuncios está agotada. El excelentísimo señor presidente se quedó sin proclamas con que endulzarle el oído a la masa societaria. Y está que trina. Cada derrota, en estas instancias preelectorales, le significa un desgaste adicional para dar vuelta una imagen chata, amarga, bochornosa que empuja hacia atrás lo que tanto le costó edificar. ¿Qué más puede anunciar? ¿Inauguraciones espectaculares? ¿Contrataciones rimbombantes? ¿Acontecimientos internacionales? Los cráneos buscan, pero no encuentran.

A la hora del análisis, muchos coinciden en que el entrenador se equivocó. Que la línea de tres no da para más; que armó mal el mediocampo, dejando afuera al único volante de marca; que a la delantera se le quemaron los cartuchos; que hizo mal los cambios; que el estado físico sigue siendo deplorable y mil cuestionamientos más. Es común en toda empresa seria determinar un organigrama que establezca, jerárquicamente, las responsabilidades de la estructura que conforman los recursos humanos afectados. Si algo no funciona como corresponde, si los objetivos no son alcanzados, si los fracasos resultan recurrentes, el primero que salta es el que ocupa el primer casillero –allá, en la soledad de la cúspide– y del que se desprenden las ramificaciones menores. Más claro, echarle agua.


APOSTILLAS

A mil revoluciones. Si la semana pasada fue un champú, ésta será un lavado completo con centrifugado incluido. Al parecer, las “duras” palabras del primer mandatario no impactaron en el plantel como se esperaba. ¿O sí? En la intimidad, a la muchachada le resbalan los palos de quien no sabe un pomo de fóbal, aunque ése sea el mismo que le abona el sueldo.

Remolacha azucarera. El entrenador ya no sabe de qué disfrazarse. Mucha teoría en la previa, dando cátedra frente al rastrero parodismo vernáculo que en las ruedas de prensa sólo le tira centros para que cabecee; pero a la hora de la verdad, su expresión vale más que mil palabras. Esta vez eligió el silencio; se fue sin hacer declaraciones, echando espuma por la boca.

Resucitando muertos. El arquero dijo sentirse amargado y dolorido. “Hicimos todo para ganarlo”, se consoló ante las cámaras. Salvo en el último segundo, cuando la línea de tres completita rodeó a un habilidoso que, con una simple maniobra, la dejó pagando y de paso le despejó el camino a un solitario y alicaído artillero que lo fusiló sin remordimientos.

Estilo barra. El hemisferio pensante de dupla asoleada, encargado de comentar el encuentro, denunció que bandera característica de la platea este estaba ausente con aviso. Según explicó al aire, los portadores del trapo fueron amenazados por manifestar preferencias opositoras. “Si lo cuelgan, se lo choreamos”, dicen que les advirtió un enviado del impresentable vice.