domingo, julio 17, 2011

Un mundo imperfecto

La obsecuencia socava cualquier intento por huir de la mediocridad. Aunque algunos están tan acostumbrados a hacer la plancha en las caldosas aguas de la insignificancia que difícilmente intenten encarar el camino de la superación personal, por la simple razón de estar conformes con la silla que calientan desde hace años sin mayores esfuerzos. Si además, confían en haber tejido una remendada red de adictos a similar cosmogonía, pues ¿para qué gastar tiempo en cuestionamientos o replanteos? Si además, resultan bien recompensados por su servilismo a ultranza, pues ¿para qué cambiar la valoración profesional? La imagen que cada mañana les devuelve el espejo, emparentada con la falta de dignidad, satisface, cubierta por el delgado manto del localismo mal entendido.

Pocas veces se ha visto una expresión tan degradada del oficio, como la ofrecida por los chupalerches en los medios en que se mueven. El absurdo, veleidoso e interminable monólogo brindado por el excelentísimo señor presidente hace unos días, en la mañana de la emisora asoleada, frente a tres aplaudidores de poca monta, debería quedar en los anales del parodismo vernáculo como el paradigma de la vergüenza consuetudinaria. Puede que no tengan muchas luces pero indudablemente gozan de más años gastando zapatos en el ambiente que quien se despachó con una soporífera cátedra de pretendida erudicción que en cada tramo exudó hedor a verba berreta. ¿Qué sentido tiene el elogio de la impostura? Sólo el aroma a prebendas frescas.

Mientras tanto, la realidad avanza conservando su derecha aunque la caterva de tapetes domésticos intente un sobrepaso por izquierda a velocidad no permitida. La renovación del préstamo de un titular se cae por represalias de una institución a otra. El goleador histórico pone el grito en el cielo por conductas que, hasta hace poco, apañó de buen grado. Comienzan a circular rumores acerca de un resquebrajamiento en el seno de la comisión directiva. Las malas lenguas ponen en duda -aunque públicamente se procure demostrar lo contrario- el aval dirigencial al cantado futuro gerente técnico. Y los pibes sufren en carne propia la mentira de la revolución de inferiores. Con incorporaciones a la medida del técnico, la afición padece la pretemporada con un dejo de resignación.