
Por un instante, los tres cruzaron miradas, y no hubo necesidad de articular palabra alguna; interiormente se juramentaron demostrar, en noventa minutos, que son el crédito de la institución. Para lograrlo, no escatimaron esfuerzos; corrieron, marcaron, recuperaron y llevaron el equipo hacia delante. Pusieron todo, diría la tribuna, y con justicia se llevaron un sinfín de elogios. También se encargaron de echar por tierra el mito de que los chicos no tienen espalda para hacerle frente a compromisos calientes. Porque nadie puede negar que el del sábado lo era, no sólo por la jerarquía del adversario sino por lo imperioso que significaba conseguir un triunfo. De aquí en más, deberán ser consecuentes con lo hecho dentro de la cancha.
No será tan difícil. Tienen el apoyo incondicional de la afición colonista, que hastiada de los contingentes turísticos que cada año pasan por SF prefiere navegar por el medio de la tabla –o pelear abajo– con los retoños del club. De todos modos, si bien es cierto que alguna vez había que empezar, sería bueno no entrar en el juego que proponen los obsecuentes. Esta apuesta no fue un acierto del dt; esto fue un manotazo de ahogado que, perdido por perdido, salió bien. Habrá que ver si logra sostenerse en el tiempo. El desafío, de ahora en más, será probar que estos rendimientos individuales y esta actuación colectiva no fue una excepción, no fue un rapto de lucidez producto de la casualidad o una reacción desmesurada contra una realidad adversa.
Es cierto que en esta ocasión el rival dio muchas ventajas, pero la capacidad de sacar provecho de las deficiencias ajenas es una muestra inequívoca de que no se perdió la memoria futbolística. Este es el equipo que todos quieren ver; con un arquero seguro, una defensa férrea, un mediocampo solidario y creativo y una ofensiva letal. No hay dudas de que el engranaje en su conjunto funcionó mejor gracias a tres cuestiones fundamentales: una vuelta esperada en la última línea, un trío nativo encendido y el despertar del artillero de Margarita. Una orquesta afinada que ahora deberá repetir la misma melodía en su propia casa, para llevarse el aplauso que hasta ahora se le ha negado. La afición necesita cobrarse la deuda pendiente. La próxima fecha, el sabalé deberá convalidar laureles para que esta victoria no quede en una anécdota más de la historia.
APOSTILLAS



