jueves, marzo 18, 2010

No llores por mí

Le pegó el viejazo. El equipo no anda bien y él tampoco. No es la primera vez. Aunque, en esta ocasión, la historieta, gracias a las recientes declaraciones de los titulares de la ute que maneja los destinos de la centenaria institución, tomó un cariz algo exagerado. Potenciar los clásicos rumores, que siempre ganan la calle cuando a Colón lo sorprende un bajón futbolístico, con desmentidas variopintas y amagues de renunciamiento al borde de las lágrimas, pareció una estrategia recargada para hacerle frente a –según consideraron los mismos protagonistas– simples chismes sin fundamento. Si todo pasa por un tema de rendimiento, y el resto anda sobre rieles, no se entiende tanta resonancia contestataria.

Cada uno por su lado, y a través del medio que mejor lo representa –el técnico con los lambiscones de las mañanas obsecuentes (ante quienes aseguró que no volverá a hablar hasta fin del torneo, no obstante se comprometió a hacer una excepción y acudir a un último llamado para festejar con ellos sus dos años en SF), el primer mandatario en la emisora correligionaria y el goleador histórico frente a los coleópteros que lo sobrevuelan con fiel devoción–, desmintió los cotilleos populares, dejando en claro que los planetas se encuentran en perfecta conjunción, tal y como los alineó el «big bang» de la falsa pertenencia. Lo desgarrador fue el «acting» del veterano delantero; él lo trajo, con él dice que se va.

Sin embargo, alguien, con acceso a la intimidad del vestuario, tiró una data precisa. “No lo va a reconocer nadie, pero a los jugadores no les cae bien que el entrenador cambie tanto”, dijo un parodista de ensortijada cabellera, emergiendo entre el griterío de sus colegas, el martes pasado, en programejo de tv por cable. Por lo que una de las tantas murmuraciones sin asidero, pasó a cobrar entidad en boca de un sujeto que no hace mucho tiempo se jactó públicamente de callarse muchas cosas. Lo cierto es que sólo un par de victorias borrará la cháchara de estas horas y las dudas que aquejan al técnico, hoy con marcación personal, y al sentimental veinte, quien ve con nostalgia cómo se extinguen sus días de máximo apogeo.