miércoles, septiembre 11, 2013

El efecto resaca

Iba entonado pero un medio pelo le bajó el copete de un hondazo. La arrolladora trilogía de triunfos, junto al entusiasmo desatado por el vertiginoso ascenso en la tabla de posiciones, quedó reducida a un triste lamento prendido a la solapa de la derrota. Con la velocidad con que un resultado cambia el ánimo de las gradas, el inteligente y sagaz conductor se transformó en un inepto que no está a la altura de los colores y los protagonistas en unos buenos para nada, entregadores del anhelo más postergado. Semejante cambio tiene sus raíces en el termómetro que mide la intensidad de la pasión desmesurada. Seis fechas son suficientes para mostrar los resultados de una idea consolidada pero pocas para emitir un veredicto concluyente.

Cuando se esperaba un despegue definitivo, la escuadra volvió a morder el polvo de la peor manera. Sin fútbol, sin convicciones, difícil sostener un concepto de juego con el convencimiento necesario como para desplegarlo en cualquier cancha imponiendo una identidad sostenible en el tiempo. La actitud y demás cuestiones, que suelen acompañar los análisis triunfalistas con que se pretenden disimular las carencias fundamentales, resultan pasajeras; si la pelota no desempeña un papel preponderante dentro del planteo táctico los caminos se estrechan y no conducen a otro lugar que no sea un intrascendente puesto donde siempre termina estancándose, durmiendo el sueño de los comodines, satélite menor de los destacados.

El entrenador tendrá que lidiar, entonces, con dos demonios. Su obstinación, si es que insiste con el sistema implementado hasta ahora; y la respuesta de sus dirigidos. Está visto que, en la zona donde la creatividad debería tener vía libre, el encargado de generar no genera y el que debe acompañar no acompaña; así es muy difícil que el equipo funcione como para merecer el mote de protagonista del certamen. Dentro de la mediocridad existente, son mayoría los equipos que apelan exclusivamente a noventa minutos de lucha sin tregua, por lo que saltar ciertas vallas no va a resultar tarea sencilla. Para dejar la insignificancia, habrá que poner lo esencial en estos casos. Sin la dinámica de lo impensado no habrá lugar para un destino diferente.


APOSTILLAS

Jamón del medio. Como el excelentísimo señor presidente anda ocupado en otros menesteres, le dio instrucciones precisas a su propaladora oficiosa para que intente sacudir la humanidad de la joyita devaluada. Piensa que un lavado de cabeza mediático puede levantarle la autoestima y que le vuelvan las ganas de valer once millones de euros. O cinco, o dos y medio, o medio. Alguito es mejor que nada.

Operación torniquete. El conductor también está empecinado en recuperar al purrete en desgracia, no sólo pensando en las urgencias económicas de la institución sino en la necesidad de contar con un conductor para el equipo. Cuestionó la descomunal inflada que le propinaron cuando tuvo su cuarto de hora y le pidió a la afición un trato preferencial. Igual, como no come vidrio, dejó sentado que "si no seguramente entrará otro".

Mucho gusto. Aunque desde que empezó el torneo no dio pie con bola, fue agraciado con el doscientos veinticinco. Anda tan perdido en el campo que hasta los laterales le resultan un karma. Para justificar bajos rendimientos no encontró mejor pretexto que decir que recién se están conociendo con los cuatro titulares que llegaron hace dos meses. No aclaró cuánto tiempo necesitarán para entrar en confianza.

Brocha gorda. No sólo se trata de una servil propaladora del discurso presidencial, también de un insignificante lambiscón que hace suya la bajada de línea convencido de que su ordinaria homilía forma opinión. Después de desgañitarse vendiendo a un crack para la masía, ahora resulta que fueron otros los que lo inflaron y que eso no debería hacerse con tanta liviandad. La hipocresía de algunos no tiene límites, igual que la estupidez humana.