jueves, octubre 09, 2008

El colmo del sinsentido


La afición ya perdió la cuenta de la cantidad de entrenadores que pasaron por SF con el mismo discurso como caballito de batalla. Al principio, con la inyección anímica de una nueva figura con renovado libreto todo marcha medianamente bien; después, a medida que transcurren las fechas, la situación tiende a decaer hasta provocar la salida de quien no le encontró la vuelta a su propio engendro. Entonces llega el fin del ciclo y vuelta a empezar. No hay proyecto que logre sustentarse en el tiempo, porque siempre se está tratando de remontar una mala campaña. Y la cuestión, aunque para los responsables directos resulte sólo una simple anécdota, para la institución significa una tremenda sangría económica sin retorno.

"Yo armé el equipo y lo banco a muerte; estoy comprometido con los jugadores, con los dirigentes, con la gente y con la ciudad; mi palabra con Colón es compromiso", señaló el dt una vez pasada la calentura que lo llevó a romper los llamados «códigos» de grupo. Una conmovedora expresión que suele escucharse, una vez tras otra, como preludio de la capitulación. A nadie escapa que luego de la pública tirada de orejas, el entrenador dijo lo que todos los involucrados querían oír; por lo tanto ¿qué mérito conlleva el manifestar lo políticamente correcto? Y lo que es peor ¿qué nivel de credibilidad puede tener quien cobra un suculento adicional por jugar a favor de determinado candidato en una campaña política?

Queda claro que los males que arrastra desde hace unos cuantos años la entidad del barrio Centenario no son un castigo divino ni producto de una fortuna esquiva. Cada hecho tiene una explicación y un responsable. El día que la comunidad rojinegra tome conciencia del valor de su participación en la vida institucional del club puede que comience a cambiar la historia. Mientras tanto, se seguirán padeciendo dirigentes advenedizos e inescrupulosos, jugadores que no sienten la camiseta y cuerpos técnicos que sólo terminan engrosando una lista de ilustres visitantes. ¿Cuántos más han de pasar? La respuesta, como siempre, la tiene el colonista, el único capaz de torcer el destino, para que la leyenda continúe.