jueves, agosto 07, 2008

Más que viejo, decrépito


Hoy cumple noventa años de existencia el pasquinejo vernáculo. Un medio de comunicación que, desafiando las leyes del desarrollo natural del ser humano y su obra, ha involucionado. Tal estado de situación no deviene en exclusiva de las diversas problemáticas políticas u económicas que se han sucedido a través de casi un siglo. La decadencia del nonagenario vespertino está directamente vinculada a la idiosincrasia santafesina. En este caso, el engendro no es más que un fiel reflejo de la sociedad que lo cobija. Una sociedad retrógrada en muchos aspectos, frívola, esnob, apática, indiferente, recelosa, hipócrita, interesada. Una sociedad que rechaza para sí misma lo que envidia de las demás. Si ambos abrevan en las mismas aguas ¿es posible el cambio? Difícil.

Una muestra cabal de la mediocridad periodística imperante en SF es el vocero oficioso, quien desde el suplemento deportivo que dirige y a través de las notas que sin vergüenza firma, intenta –y en muchos sentidos logra– vender mercancía apócrifa a cambio de una paga adicional. Esos ingresos extra son los que lo han llevado a hacer campaña descarada por el voto sin documento; a publicar las avezadas compras de Colón pero no las ventas a pérdida; a ensalzar la sagacidad presidencial y a ocultar los desmanejos; a preguntar lo que su interlocutor quiere responder, evitando la interrogación incómoda; a manipular la información de acuerdo a su interés personal. Una ignominia que muchos consumen cotidianamente sin inmutarse y sin considerar la gravedad de la cuestión.

En definitiva, nadie puede ignorar que la objetividad no existe. Resulta imposible ofrecer una visión aséptica de la realidad porque la ideología es inherente a las personas. Tampoco existe la información vacía de sustancia, eso sería indigencia discursiva. Lo importante es la seriedad y la honestidad con que se ejerce la profesión. Cualidades que algunos desconocen o eluden adrede. Y sólo basta echar una mirada a la edición de hoy, donde el susodicho deleita a los lectores con una nota asquerosamente rastrera al dueño de su opinión. De todos modos, los archivos perduran, y no faltará quien en un futuro sienta repulsión por sus antecesores y reivindique la deontología periodística. La historia, como dijo hace poco un ignoto pensador contemporáneo, los juzgará. ¿La comunidad también?