jueves, junio 21, 2012

Por quién doblan las campanas

Cada uno, desde su lugar, se preparó con esmero para la cita; se abrigó con los colores y salió rumbo al convite con la idea de hacer de mil voces una sola. Cada uno estrujó su tristeza y la guardó en el bolsillo para el día después. Cada uno quiso ser testigo privilegiado, parte indivisible de un auditorio incondicional. Nadie quiso perderse el cierre de la obra que batió todas las marcas habidas y por haber a nivel local. Como en una historia donde sólo valen los encuentros, el protagonista siguió los mismos pasos que cada espíritu anónimo en la noche de la despedida. Se preparó con esmero, se abrigó con los colores y guardó su tristeza para el día después. Encabezó como siempre la fila, aunque esta vez sabiendo que era la última; levantó los brazos al cielo y se dispuso a ofrecer la última función.

La emoción dominó por completo el entorno, brotó por los poros, invadió cada partícula de la fría atmósfera. Tanto así que hasta el rival decidió unirse a la festiva gala, no iba a ser quien arruinara semejante puesta en escena. La celebración debía ser mágica y lo fue. Con todos los flashes apuntando al héroe de cientos de epopeyas, con todas las jugadas buscando su definición, con todas las gargantas coreando su nombre, con todos los gritos cantando su gol. Y fueron dos, uno en cada arco, para dejar su indeleble huella en el fondo de las mallas que tantas veces sacudió con potencia de titán. Para que no lo olviden, ni los cuerpos inanimados, que supieron cobrar vida salpicados por su contundencia, ni los animados, que supieron lagrimear al compás de sus interminables corridas de alas desplegadas al viento.

Quedará para siempre en el recuerdo, en la añoranza de sus fieles devotos. Con el paso del tiempo, cruel y despiadado, irá diluyéndose en la certeza del presente para pasar a formar parte de la nostalgia del pasado. Su lugar en el mundo, como tan tiernamente definió a la tierra que le dio cobijo y lo llenó de honores, podrá cambiar por obra y gracia de las volteretas del destino, pero su rastro permanecerá intacto en perenne comunión con el eco de la gente. Más allá del legado, el sentimiento de orfandad resulta inevitable. Aceptar que con su retiro se cristaliza el fin de una era, no será fácil. Aunque único e irrepetible, no fue una isla, fue una pieza importante del continente y su ausencia se hará sentir en el todo. Por eso, mejor no preguntar. Se fue, se despidió, ya es historia. Doblan por él.


APOSTILLAS

Adiós al amigo. El primer mandatario esperaba la devolución de gentilezas en público y llegó. No como quería, pero peor es nada. A micrófono abierto, el agradecimiento "a la dirigencia" retumbó en el final de la velada. Para guardar las apariencias, más allá de no haber escuchado su nombre en sonido envolvente, lo esperó en la manga y lo estrechó en un abrazo. De todos modos, aunque no se vea, el resentimiento está.

Servicios exequiales. En medio de los festejos, buena parte de la afición se preguntó si la suculenta suma que dejó el paso de los incentivados -a pesar de haber sido encubierta con mentiras por el parodismo rastrero y los serviles que se babean por un canje-, solventó el cotillón de despedida o si fue a parar a algún bolsillo sin fondo. Por la austeridad de la parafernalia, la segunda opción parece la más factible.

Ultima voluntad. Para dejar sentado su amor e interés por la institución, antes de la partida definitiva el goleador histórico hizo público un deseo póstumo. Le "encantaría" la vuelta de un ex compañero de fórmula a quien le tocó salir por la puerta de atrás a raíz de una relación algo tormentosa con las gradas. Viendo el estado general del artillero en cuestión, muchos se fueron gritando «¡cruz diablo!».


Merecido homenaje. Las transmisiones vernáculas participaron de un maratón para ver cuál de todas se llevaba el premio al chupabichi del año. Producciones previsibles, audios de mala factura, sobadas de diferente calibre y cantidades industriales de sentimentalismo barato coronaron la jornada de despedida radial. La creatividad, la originalidad, la calidad, brillaron por su ausencia. Para rematarla, el autobombo posterior. ¡Puajjj!