jueves, abril 14, 2011

Uno en un millón


En el universo de la falsa pertenencia todo es posible. Hasta que un entrenador, que lleva años dirigiendo una división menor, madure de pronto y esté apto para la primera y sus circunstancias. Ahora resulta que, de golpe y porrazo, el excelentísimo señor presidente descubrió en el bendecido una serie de brillantes atributos que lo califican como el ideal para cubrir la vacante. Las razones esgrimidas, como cada relato dirigencial, parecieron columpiarse entre el absurdo y la mentira. Oculta, entre tanto sentimentalismo revelado, quedó la verdad. Quiera la divina providencia que la temeraria decisión no comprometa el futuro de la entidad en la categoría, porque con la misma velocidad con que les llegó el convencimiento van a tener que pedir asilo más allá de la autopista.

Para quienes se mueven con soltura en el terreno de la ineptitud, la palabra "apuesta" es una especie de estandarte cotidiano. El fútbol no es una ciencia exacta, como sí lo es el negocio que se desprende del espectáculo. Será por eso que la capacidad demostrada para incrementar patrimonios personales es inversamente proporcional a la exhibida en la cuestión que es parte del adn institucional. El apostar implica un riesgo puesto en manos del azar, se puede ganar, se puede perder. Con el torneo a la mitad, la ficha ganadora no aportaría más que una mansa medianía; la perdedora, asestaría un golpe directo al órgano vital. Una serie de derrotas provocaría una baja en los promedios, dejaría al hombre de la casa en una posición incómoda dentro de la estructura y empujaría a salir nuevamente a la caza de un saca puntos.

En resumidas cuentas, hay más por perder que por ganar. Otro punto en el ojo de la tormenta es la relación que el flamante técnico entablará con los referentes. Algunas voces de preocupación ya se han alzado respecto de la escala de jerarquías que tiene maniatado al plantel profesional. La experiencia reciente habla de una evidente falta de respeto hacia los considerados como caídos del catre. No sea cosa que al equipo lo termine dirigiendo la banda de veteranos, mientras el inexperto sólo ponga la cara. Lo cierto es que en otro contexto, la medida hubiera sido correcta; en el escenario actual, no. De todas maneras, la impronta doméstica les permitirá ahorrarse unos pesos manteniendo la mediocridad. Habrá que ver hasta cuándo la afición acepta lamer el chupetín. En cuanto se empalague, el carnicero volverá a la faena.