jueves, noviembre 14, 2013

Ladrones de bicicletas

Adentro, la situación está que arde. Afuera, el fuego se va extinguiendo de a poco. Ya ni las derrotas movilizan los reclamos. La desidia que corre por las venas de la masa enajenada le está dando la razón a lo que queda de la dirigencia. Aguantar el embate, esperar que pase la tormenta y volver a la escena cuando el panorama aclare. Con una pizca de fortuna, aparecerá el auxilio que hace falta para que el engranaje corrupto tome impulso nuevamente y siga funcionando sin mayores sobresaltos. El negocio no sabe de límites, aunque la institución acuse una herida de muerte. Los adláteres del axioma del anillo pueden certificarlo. Si llega el combustible necesario para poner en marcha la herramienta apta todo servicio, el cerco pretoriano volverá dispuesto a retomar acciones en defensa de la continuidad del modelo.

Mientras tanto, tapando agujeros a los ponchazos, pretenden extender la sangría por lo que resta del certamen; una vez finalizada la contienda, y con diecinueve fechas por delante para la definición, el receso tranquilizará las aguas y los peticionantes pasarán a un obligado cuarto intermedio, dando lugar al trazado de nuevas estrategias evasivas. Con la cobertura del pasquinejo vernáculo, la dilación está asegurada. En pocos días, los titulares salpicados de nombres rutilantes, candidatos a cubrir el cupo de dos incorporaciones con vistas al próximo semestre, coparán la atención de la afición anestesiada, arrastrándola al debate de trayectorias y preferencias. En un año pueden suceder muchas cosas. Pueden llover billetes frescos, puede caer del cielo una soga salvadora o puede acaecer el descenso a mitad de camino.

Por algo el parodismo mediocre y servil pide a gritos un golpe de suerte. Seis o cinco puntos de doce pueden significar el poco de oxígeno que mantenga al moribundo con alguna esperanza de vida. Pero como el relativismo suele trastocar los planes de los embusteros, una extensión de malos resultados le daría vía libre a la hecatombe sin retorno y con ella a la huida en bandada de los jirones de la falsa pertenencia. Ni en los planes del más optimista figura una remontada salvadora en manos de los pibes, lanzados a la arena cual carneros a degüello, sin capacidad, sin experiencia, sin espalda, sin fortaleza mental, sin la frialdad necesaria para sortear la situación. Menos con un conductor inepto y pusilánime, incapaz de plantarse ante quienes no dudan en usarlo de felpudo. La excusa del siempre listo por amor a los colores no tiene cabida cuando de defender la categoría se trata.


APOSTILLAS

Operativo cerrojo. Mientras algunos juegan al encubrimiento, el excelentísimo señor presidente, todavía autolicenciado, busca las mil y una salidas a la crisis por lo bajo y en silencio. Rematando al mejor postor las joyas de la abuela, o liquidando saldos y retazos en el mercado negro, intenta juntar alguna moneda para sofocar la andanada de demandas. El aroma a tierra arrasada ya es imposible de ocultar. Quiso cambiar la historia, está a un paso de lograrlo.

Rulo de estatua. Al impresentable vice no le importa un pomo la sangría societaria; cuantos menos queden en condición de votar, más sencillo será bancar el aparato que le asegure el respaldo a una candidatura. La tarasca para costear la iniciativa ya la tiene guardada debajo del colchón. Dicen sus íntimos que lo tiene sin cuidado pasar por idiota útil en este aciago momento y que sólo piensa en el futuro. Siempre y cuando, antes, no caiga en la gayola por apañar delincuentes.

Marcha atrás. Siguiendo los pasos del artillero venido a menos, el ex capitán y veterano referente se trenzó con el conductor ante la atónita mirada de propios y extraños. Por suerte, enseguida vino la aclaración y la armonía volvió a reinar en el seno del grupo. No es cierto que le haya susurrado al oído vaticinios truculentos, ni que le haya puesto una mano voladora; el intercambio de opiniones se produjo a raíz de su situación personal. Quiere aportar su granito de arena. Imposible no creerle.

Punto muerto. Empiezan a florecer postulantes para el cargo y el chupalerche primero ya anda tratando de acomodarse con alguno para no perder el conchabo. Después de todo, un obsecuente tan fiel y dedicado no es para despreciar. Especialmente teniendo en cuenta el poder de penetración de una opinión tan influyente. Si las circunstancias lo requieren, sin que se le caigan los anillos, puede pasar a chupahilbert en menos de lo que canta un gallo. Lo pasado, pisado. Sin rencores.