
Los minutos transcurrían y la impaciencia crecía. El sabalero no cejaba, pero la pelota no entraba. El estadio enmudecía y comenzaba la sangría. Los delanteros no podían y los caños impedían. Por arriba, por abajo, de media distancia, con gambeta, de primera y el tanteador no se abría. Lo buscaba, lo merecía, pero el cero ganaba la partida. No servía. La camiseta se transpiraba, los botines se gastaban, la porfía aumentaba. Los muchachos insistían, el dt sufría, la cancha se inclinaba. Hasta que, faltando un minuto para el cierre, apareció él.
El insustituible, el imprescindible, el infatigable, el imperturbable, el inimitable, el incomparable, el irreprochable, el implacable, el insuperable, el inagotable, el inconmensurable, el inconfundible, el indescriptible, el inflexible, el indiscutible, el inestimable, el insaciable, el impecable, uno de los mejores nueves del país, para ponerle justicia al resultado; haciendo lo mejor que sabe hacer, esperando el pelotazo aéreo atornillado al césped, impávido, inmóvil, firme, en el lugar preciso, en el momento indicado.
Lo importante de esta historia es que Colón salió de la zona comprometida, que algunos rendimientos individuales están en alza y que el funcionamiento de conjunto parece afianzarse, aún con altibajos, pero ya sin caer en el descalabro generalizado. De ahora en más será cuestión de mantener lo conseguido y avanzar en los ajustes que restan teniendo presente el objetivo. Todavía falta un buen trecho y cada fecha por venir será un examen a superar. La afición espera más alegrías y, al término del torneo, celebrar la venta del artillero de Margarita.
APOSTILLAS



