miércoles, febrero 12, 2014

El principio del fin

Una muestra de bolsillo de lo que será este torneo para un equipo condenado, con antelación, al más tortuoso de los castigos. El orden y la concentración duraron hasta que el rival se puso serio. Sin poder de creación, sin poder ofensivo, el interesante (¿?) planteo del entrenador termina reducido a un ordinario esquema defensivo que sobrevive hasta que el primer gol del adversario pone las cosas en su lugar. De ahí en más, la historia vuelve a sus carriles normales; cuatrocientos ochenta y cinco minutos sin convertir resultan un precedente de peso para que el vestuario cobije un puñado de silenciosas frustraciones y un conductor siempre dispuesto a desempolvar el vetusto manual de las excusas.

El destino, marcado finamente por quienes avalaron siete interminables años de falsa pertenencia, parece inexorable. De nada vale apelar a la mística, este plantel no sabe de qué se trata el tema; ni a la dignidad, cuando las derrotas se sucedan sin solución de continuidad hasta el más rebelde de los protagonistas bajará los brazos y hará lo que pueda sin demasiado desgaste. Así lo dicta la ley del entregado. Se ha visto en infinidad de ocasiones y ésta no será la excepción. Vendrán tiempos en los que la fuerza del apoyo incondicional creerá mover montañas para disimular la vergüenza de lo que siempre creyó lejano; sin embargo, llegado el momento, por algún lado brotará la desazón e impondrá presencia.

También vendrán tiempos en que se le echará la culpa a la esquiva suerte. El inefable argumento de los mediocres nunca falta en estos casos. Lo cierto es que una vez conscientes del desenlace, la mira se correrá a lo que muchos todavía no calibran en su justa medida. La posibilidad de desaparición de la entidad en un contexto de quiebra inevitable. Para salvar los despojos, la única alternativa pasa por acogerse a la ley que le permitió a otros volver después de ver la luz al final del túnel. Si la movida funciona o no, si el rescate tiene el mismo final que otros con mayor poder de recuperación en el aspecto económico, sólo el tiempo lo dirá. Por las dudas, habrá que estar preparado.


APOSTILLAS

Derecho de piso. Para la comisión directiva, la negativa de la entidad madre a autorizar las incorporaciones fue un baldazo de agua fría. Confiaba en que el todo pasa haría la vista gorda y perdonaría los pecados de los facinerosos en fuga. El delantero que se quedó con las ganas fue lapidario: "Los dirigentes se manejaron mal". Empezar con el pie izquierdo figuraba en los planes.

A la vieja usanza. Los que nunca levantaron la voz frente al latrocinio, extrañamente han echado mano de los mismos argumentos que usaba la banda que devastó la institución para contentar a la gilada. Considerar como "un refuerzo" a quien fuera relegado por capacidad y rendimiento parece una tomada de pelo digna del impresentable vice. Algunas prácticas no se abandonan.

Quiebre de cintura. Ante la imposibilidad de contar con los tres refuerzos previstos, el entrenador amagó con renunciar. Consciente de lo que se viene, pensó en dar un paso al costado para no manchar su nobel hoja de servicio. Dicen las malas lenguas que la directiva le prometió continuidad más allá de los resultados; por eso, pasada la tormenta, lo pensó mejor y descartó de plano el trascendido.

Violín en bolsa. Desde que se desató la hecatombe, el chupalerche primero se sumergió en un silencio sepulcral. Nadie sabe si es porque le carcome la conciencia o si todavía no puede elaborar el duelo. Por lo pronto, en algo supo tener razón. "El tiempo pondrá las cosas en su lugar", solía repetir para justificar lo injustificable. Y así fue, quedó como el vocero oficioso de la dirigencia más dañina en ciento ocho años de historia.