martes, junio 29, 2010

Abriendo el paraguas

Por fin comenzó lo mejor de la competencia, el punto donde las fuerzas a medirse resultan más parejas, por jerarquía y ambición. Superados los octavos, la celeste y blanca se prepara para afrontar el crucial quinto partido, firme en convicciones pero floja en fundamentos. Extrañamente, buena parte del parodismo porteño coincidió en calificar con pobreza de adjetivos la actuación colectiva del domingo, rescatando sólo a las individualidades que hasta el momento han sido suficientes para marcar la diferencia. El motivo salta a la vista, el rival que se viene parece reunir las condiciones del candidato perfecto: equilibrio en todas sus líneas. Por lo que es fácil percibir un leve temblor brotando de ciertas gargantas.

Al decir de algunos, tanto la cabeza del triunvirato –siempre a punto de traspasar la línea– como las estrellas del team nacional, están respirando un aire demasiado denso que puede enviciar el camino hacia el objetivo. Las críticas nunca gustaron; según la particular óptica de los protagonistas, los colores deberían refractar sólo cumplidos y lisonjas en cantidades industriales, sino LTA. ¿Cuán peligroso es equivocarse de adversario en instancias definitorias? Ahogados en semejante caldo de cultivo ¿qué pasa si ganan? ¿qué pasa si pierden? A esta altura, muchos son los que apuestan, sin temor a perder un céntimo, a una temible reacción en cadena, sea cual fuere el desenlace de la aventura sudafricana.

Este ciclo empezó mal y transcurrió peor; sin embargo, está cerrando mejor de lo esperado. Aunque el exitismo dictamine que es el título o nada, las sombras del fracaso fueron superadas holgadamente, gracias al indiscutido talento de unos y al amor propio de otros. A la luz de los hechos, nadie puede negar que el estelar combinado es fiel reflejo de su inestable mentor: adelante, un poema; atrás, un réquiem desolador. Y si por las entrañas circula un néctar espeso y destemplado, pues a no sorprenderse, también es parte de la materia en cuestión. Sólo hace falta tomar los recaudos pertinentes para evitar que la onda expansiva deje un tendal de víctimas fatales. Después de todo, la blasfemia no tiene perdón divino.