domingo, enero 27, 2008

La insoportable levedad del éter


Prestarle el oído a la radio vernácula requiere de una predisposición especial. Tomar conciencia de que la tarea implica hacer una serie de concesiones, ayuda a digerir el mal trago con una pizca de tolerancia. Como primera medida, a la hora de encender el receptor, resulta esencial dejar de lado la exigencia y tener en claro que quienes vapulean micrófonos no son más que parlanchines de bar con chapa de comunicadores sociales. No hay que esperar aportes sapienciales ni intenciones superadoras, sólo apología de la mediocridad.

Si bien el fútbol está estigmatizado como una cuestión menor dentro del interés colectivo no deja de formar parte de la cotidianeidad informativa, por lo que debería ser abordado con idoneidad, responsabilidad y seriedad. Sabido es que estas cualidades van emparentadas con lo costoso que es sobrevivir en el medio, por un lado porque la torta publicitaria es escasa, y está hábilmente cautiva por personajes que se dicen periodistas, y por otro porque en SF el talento no es una condición exigible a la hora de ocupar una silla en determinados ámbitos.

Es así entonces como es posible escuchar que la diferencia entre la pretemporada anterior y ésta estuvo –“digamos”– en la cantidad de días que el plantel pasó en la costa [¿algo más elemental?]. Es así como hay que esforzarse para no patear la spika cuando un entrevistador no sabe capear una académica entrevista. Y es así como hay que padecer cuando un desaforado opinólogo –antes serio– pregunta, con pendenciero énfasis, por el autor de la célebre máxima «toda comparación es odiosa». En fin, el Quijote no tiene la culpa.