jueves, marzo 11, 2010

Dos con cincuenta


El bajón futbolístico del negro ha afectado profundamente a los lambiscones más rastreros del parodismo vernáculo. Sostener con argumentos contundentes y valederos una situación negativa les está requiriendo una dosis de esfuerzo mayor. Manipular una realidad adversa, cuando todos los sabaleros son testigos de la misma, resulta imposible. Es así como hay que buscar alternativas. Poner a prueba la inteligencia es un desafío interesante para quien se precie de manejar a la opinión pública. Sin embargo, cuando el intelecto es terreno yermo, la cosa se complica. Los billetes pueden comprar muchas voluntades, en especial las que están siempre dispuestas a venderse, pero determinadas capacidades no tienen precio.

Ayer, en las mañanas obsecuentes, el empleado del club, que todos los socios mantienen con su aporte mensual, a través del micrófono de la emisora asoleada, regurgitó al aire que quienes critican este proceso cometen una “aberración”. Suena lógico, viniendo de parte de quien usa un medio de comunicación para defender sus propios intereses. Si a la gestión encarada por la falsa pertenencia le va mal, sus ingresos se verán seriamente comprometidos. Aunque en rigor, estos especimenes suelen acomodarse bajo los pantalones de sus mentores cuando los vientos no les son propicios. Si el “biondo gnocchi” pega el gran salto –más allá de Colón–, seguro se llevará alguna sanguijuela prendida en la solapa de su saco.

Cuadros subalternos aparte, hoy temprano, se escuchó algo así como el colmo de la sinvergüenzada. El chupalerche primero le pidió al entrenador sabalero “con toda humildad, que no haga nunca más eso de quedarse sentado en el banco si el equipo va perdiendo, aunque sea para vender humo que se levante y mire el partido parado”. Estos personajes, que no sólo avalan el engaño sino que lo promueven descaradamente, deberían advertir, al comienzo de los programejos en los que participan, tipo leyenda pre filme de horror, que «las afirmaciones vertidas en el presente envío pueden afectar la sensibilidad de las personas», para evitar que algún desprevenido tome en serio las barbaridades que dicen en nombre de un oficio al cual deshonran.