martes, agosto 08, 2006

El príncipe sin corona


El fútbol también tiene su lado hipócrita. Después del mundial, protagonistas, medios y aficionados atacaron los planteos mezquinos expuestos en cancha por la mayoría de los equipos participantes. El “jogo bonito” no existió, ni siquiera de la mano de su gran exponente, Brasil. En el torneo argentino, los únicos que aún pueden darse el lujo de mostrar un juego vistoso son los grandes, los que no saben de urgencias. El resto, la gran mayoría, sólo tiene en mente un único objetivo: zafar como sea; y dentro de ese esquema no existe lugar para el deleite futbolístico.

Colón de Santa Fe tiene –¿o tenía? – el privilegio de contar en sus filas con uno de los últimos líricos: Giovanni Hernández. Un 10 como los de antes, como aquéllos que arrancaban murmullos de admiración en la tribuna adversaria y alaridos de locura en la propia. Un 10 en vías de extinción.

En febrero de este año Giovanni le decía al diario Perfil: “Tengo miedo de perder el trabajo”, consciente de los sistemas tácticos que hoy día prevalecen y de la falta de memoria de quienes alguna vez prefirieron honrar al fútbol ofreciendo magníficos espectáculos gracias a grandes jugadores y hoy sólo buscan no perder. Cruda realidad para un puñado de técnicos efímeros, apremiados por la necesidad de sacar puntos dentro de un panorama en crisis, que no han dudado en sacrificar la creatividad en favor de la supervivencia a cualquier costo.

Después de tres años de vestir la camiseta sangre y luto, un interrogante queda flotando en el mediocampo sabalero ¿el colombiano no rinde porque arrumbó su magia en algún cajón o los entrenadores que lo tuvieron bajo su ala no supieron darle el espacio necesario para desplegarla? En el cruel mundo de la alta competencia los bajones no están permitidos; en el caso de Hernández ¿quién es el verdadero responsable?

El sábado, frente a Independiente, Toresani apuntó el dedo acusador hacia el 10 y cometió un doble error: endilgarle la derrota al colombiano e incendiar a un debutante de la cantera del club. El técnico tiene la obligación de leer el partido con frialdad, tomar decisiones abrumado por el sonido ambiente no le conviene ni a él ni al equipo.

En cuanto a los simpatizantes rojinegros, la bronca del "fana" no sabe de análisis pero los buenos momentos no deberían olvidarse tan fácilmente. Giovanni fue el artífice de unas cuantas tardes de alegría sabalera, las actuales reprobaciones suenan a injusticia. ¿Cuánto más se le puede exigir si resulta un inadaptado dentro de dibujos egoístas y especulativos?

Hoy cabe la posibilidad de una despedida. Sería bueno tener presente el estigma que últimamente persigue a Colón: quienes fracasan en Santa Fe de la Vera Cruz, triunfan afuera.


APOSTILLAS

Está al caer el décimo –sí, décimo– refuerzo. El presidente colonista, quien se jacta de las “relaciones carnales” que hoy lo unen con don Julio Grondona, ¿sabe cuál es la opinión del capo de la AFA respecto de los clubes concursados que hacen tantas incorporaciones?

Mientras la afición rojinegra sufre su primera derrota, otra vecina disfruta los goles de Bieler. Los que se van desahuciados de Colón ¿se destapan en otro lado de vengativos nomás?

¡Oh no! Si se confirma el arribo del décimo refuerzo ¿habrá que esperar los titulares del tipo “Papa con Huevo”?

A los periodistas que se preguntan si Giovanni quiere seguir en Colón o no. ¿Y si intentan un llamado telefónico? ¿O los pulsos urbanos no están dentro del presupuesto?