sábado, agosto 27, 2011

Arde la ciudad


La reedición del clásico, después de ocho años de espera, tiene a la afición en vilo. Como por arte de magia, el folclore, que a través del tiempo tomó el color de la ninguneada, cambió de tonalidad por unos días para convertirse en obsesión. Ganarle al eterno rival, con baile incluido, es lo que el mundo rojinegro espera con justificada ansiedad. En esta oportunidad no habrá caras de preocupación, el resultado viene cantado. La superioridad, en todos los sentidos posibles, no deja lugar a dudas. Aunque el parodismo vernáculo haya camuflado su acostumbrada liviandad conceptual con todos los lugares comunes que impone el caso, los noventa minutos que decretarán la supremacía de uno de los dos exponentes futbolísticos de la ciudad, antes de comenzar, ya tienen dueño. Sólo falta certificar los números definitivos en el campo de juego.

El tratamiento de la tradicional disputa, una vez demostrada la falta de creatividad de los medios domésticos para ofrecer una cobertura previa interesante, que incentive la participación responsable de los sectores jóvenes que perdieron la costumbre del choque entre las divisas y al disfrute del anecdotario que brinda la historia, con su consiguiente anclaje en el presente, por parte de las generaciones que superaron la fase del gorro, bandera y vincha, quedó reducida a un básico pedido declamatorio de paz y amor sin profundidad ni compromiso verdadero. Una muestra más de que el poder de la comunicación se ha llevado por delante a los vetustos exponentes del ambiente nativo, decididamente ineptos para aprovechar la tecnología disponible y bucear en la construcción de una sociedad mejor en ocasión de un acontecimiento convocante.

Por el lado institucional, en lugar de hechos concretos, prevaleció la impronta del excelentísimo señor presidente, impulsor de rúbricas intrascendentes para la gilada; mientras que el impresentable vice dio inicio a un operativo destinado a lavar su imagen pública con un discurso contemporizador -pretendida imitación, a todas luces berreta, de la verba de su mentor- desde la tribuna obsecuente. El propósito, torcer el concepto de quien no lo ve como candidato potable en la pelea por la sucesión, aparece emparentado con lo imposible. Así las cosas, las gradas se preparan para una celebración que será completa. Extender la mirada hacia objetivos más ambiciosos, superado un nuevo peldaño para la estadística, será el real desafío a partir de la próxima semana. Que el clásico no se transforme, a ojos de los mediocres, en un premio consuelo.