
Contrariado y abatido, el hombre se sentó en un rincón del vestuario y encendió un cigarrillo, que lentamente fue consumiendo con la vista clavada en el piso. El humo exhalado en cada bocanada se mezcló con el vapor de las duchas, en medio del silencio. Los minutos se hicieron interminables. Uno a uno fueron saliendo los protagonistas, incómodos, apurados, mascando bronca, mientras la silueta que se vislumbraba por la hendija de la puerta repetía el mismo monótono movimiento del fumar acompasado. Se sintió culpable y esquivó la charla.
Los rumores corrieron como reguero de pólvora, pero el vocero oficioso se apresuró a desmentirlos. La dirigencia presente se encargó de confirmárselo en exclusiva. Sin embargo, el personaje más requerido no habló. Se fue casi, casi escapando, por una puerta auxiliar, sin ser visto. De todos modos ¿qué podía decir? Después de tan categórico resultado no hay palabras que atenúen la decepción, no hay discurso que morigere el desengaño, no hay argumentos que disminuyan la sensación de fracaso. El planteo no funcionó y fue el caos.
Colón cometió un sinnúmero de pecados, capitales todos, pero ¿quién es más responsable? ¿El dt? ¿Los jugadores? Enfrentar a semejante rival, sin marca fue suicida. Muchos, a priori, vieron un planteo inteligente, otros lo consideraron timorato, conservador. El problema radica en la descompensación del equipo, cuestión que el entrenador tendrá que rever si quiere sobrevivir en SF. Es imposible no compartir su concepción futbolística pero en estos momentos más vale once colgados del travesaño que un malón yendo al ataque sin medir las consecuencias.
APOSTILLAS



