Para disipar tanta humareda no hizo falta que soplara un ventarrón. La lluvia purificó las almas cual baño sanador y depuró el aire enrarecido que se respiraba en el barrio Centenario. Muchos fueron testigos del despertar de la actitud y el compromiso que pidió días atrás el entrenador que ya es historia. ¿Qué pasó? ¿La motivación apareció como por arte de magia? Porque si apoyaban la continuidad, como reflejaron ante cuanto micrófono requirió sus pareceres una vez consumada la despedida, tales cuestiones deberían haberse puesto de manifiesto mucho tiempo antes. En las gradas, las especulaciones al respecto dibujaron una catarata de argumentos. Al final, la satisfacción por la victoria sepultó las murmuraciones.Un interinato nunca logra cambiar de un plumazo los defectos enquistados en lo profundo; sin embargo, fue evidente que el estado de mal humor general devino en energía positiva para ofrecerle a la afición el primer triunfo de local en meses. Tal vez, despojados de la presión que acarreaban desde antes de iniciar el torneo; quizás, dejando de lado el desconcierto de tanto cambio táctico y posicional, los protagonistas sintieron una especie de liberación que les permitió sacudirse el polvo de una etapa desgastada. Si bien los adoradores de la anterior conducción lamentaron, una vez consumado el triunfo, el adiós anticipado, desde otro costado no hubo ninguna duda en considerar que con la impronta otomana el resultado hubiera sido otro.
Con la apertura de un nuevo horizonte, algo raro está sucediendo; no hay expectativas, sólo mucha prudencia en las apreciaciones. La herida sufrida caló tan hondo que la masa colonista prefiere tomar con cautela el período que hoy será inaugurado. Por lo pronto, los interrogantes que comienzan a circular tienen que ver con las formas más que con el contenido. ¿Habrá depuración? ¿Se producirán modificaciones sustanciales? ¿Sólo se aplicarán mínimos retoques? ¿O se hará borrón y cuenta nueva? El ciclo cerrado tuvo muchos privilegios e innumerables beneficios. No cualquiera acepta, concientemente, rodearse de obsecuentes a sueldo en pos de una ambición personal, ignorando el límite entre lo verdadero y lo falso. En esta etapa se verá si ciertos manejos se repiten o pasan a formar parte del pasado.
APOSTILLAS
Genio y figura. En medio de la lacrimógena despedida, el primer mandatario dimensionó, en su justa medida, la figura del renunciante en comparación con la propia. “Cuando lo traje estaba en China y haciendo pésimas campañas en México”, disparó ante el asombro de los presentes, quienes después evitaron mencionar la polémica sentencia. ¡Hasta la sepultura!
Precio bonificado. La dupla interina consiguió los tres puntos más baratos de la actual gestión. Acostumbrada a tirar manteca al techo, la falsa pertenencia cree que el éxito va de la mano de lo costoso; sin embargo, la gente de la casa, siempre relegada al elenco de reparto, acomodó las piezas para sacar adelante un resultado después de cinco meses de sequía. ¡Una ganga!
Viuda e hijas. A pesar de la movida que los chupalerches intentaron promover para que la hinchada despidiera al mayorista de humaredas con vítores y banderas en agradecimiento por los servicios prestados durante dos años y medio, nadie se acordó del ex. Tanta energía puesta en el proyecto de la continuidad, ahora tendrán que remarla de nuevo. Volver a empezar.
Derecho de admisión. La situación económica de la emisora asoleada no debe ser de las mejores. Aceptar un avisador enfrentado con la dirigencia sólo podría justificarse en casos extremos. La negada mutual tuvo su espacio en las mañanas obsecuentes y llamativamente apareció auspiciando la transmisión del sábado. Todo un ejemplo de pluralismo gravoso.

Renuncia. Aceptada. Súplica generalizada: “Uno más y no jodemos más”. Decisión revocada. Consulta con la almohada. Dimisión ratificada. Fin de la era otomana. La goleada precipitó los planes que contemplaban una despedida de local. En concordancia con su manifiesta volatilidad, ni la promesa del final cumplirá. Sería una puñalada en medio del corazón, partir con la cabeza gacha frente al rival de toda la vida. El remolino que envolvió a los protagonistas, una vez finalizado el encuentro, generó marchas y contramarchas dentro del vestuario y, en razón de escasos minutos, se cocinó un papelón a la medida de la falsa pertenencia. Hoy se anunció la extinción de la continuidad, otra ficción que pasa a mejor vida.

Atrapado en su propia telaraña de mentiras y supuesta filosofía futbolística, el entrenador palpita su inexorable despedida mientras hace cálculos. “Me voy a ir de local”, anunció días atrás. Pensaba sacar un triunfo el viernes y después arañar un par de empates en los siguientes cuatro para ganar tiempo a la espera de que “el equipo se acomode solo”, como gusta decir sin medir el verdadero sentido de sus palabras. Ahora el reloj lo acorrala frente a un fixture complicado. Con una formación cambiante, con rendimientos individuales paupérrimos, con un sistema de juego indescifrable, difícilmente pueda torcerse el rumbo. A esta altura, hasta los mismos protagonistas acusan un mareo imposible de superar en el corto plazo.

No fue tan difícil. Ni siquiera necesitó recetas mágicas. Le resultó menos complicado que pensar un cambio. La estrategia tuvo dos facetas fundamentales. Una, la hizo pública. La otra, quedó en la intimidad. Por un lado, incentivó a la muchachada haciendo hincapié en la certeza de que el rival no iba a contar con cuatro titulares. Por el otro, hundió el bisturí hasta el fondo: “Si no ganamos, doy un paso al costado”. Con estas palabras, tal y como confirmó uno de los protagonistas al finalizar el encuentro, el entrenador intentó avivar el fuego sagrado, por estos días casi extinguido, que alimenta el amor propio en circunstancias adversas. Lo consiguió. Sus dirigidos sacaron pecho y jugaron como para salvaguardar su pescuezo un tiempo más.