Por fin comenzó lo mejor de la competencia, el punto donde las fuerzas a medirse resultan más parejas, por jerarquía y ambición. Superados los octavos, la celeste y blanca se prepara para afrontar el crucial quinto partido, firme en convicciones pero floja en fundamentos. Extrañamente, buena parte del parodismo porteño coincidió en calificar con pobreza de adjetivos la actuación colectiva del domingo, rescatando sólo a las individualidades que hasta el momento han sido suficientes para marcar la diferencia. El motivo salta a la vista, el rival que se viene parece reunir las condiciones del candidato perfecto: equilibrio en todas sus líneas. Por lo que es fácil percibir un leve temblor brotando de ciertas gargantas.Al decir de algunos, tanto la cabeza del triunvirato –siempre a punto de traspasar la línea– como las estrellas del team nacional, están respirando un aire demasiado denso que puede enviciar el camino hacia el objetivo. Las críticas nunca gustaron; según la particular óptica de los protagonistas, los colores deberían refractar sólo cumplidos y lisonjas en cantidades industriales, sino LTA. ¿Cuán peligroso es equivocarse de adversario en instancias definitorias? Ahogados en semejante caldo de cultivo ¿qué pasa si ganan? ¿qué pasa si pierden? A esta altura, muchos son los que apuestan, sin temor a perder un céntimo, a una temible reacción en cadena, sea cual fuere el desenlace de la aventura sudafricana.
Este ciclo empezó mal y transcurrió peor; sin embargo, está cerrando mejor de lo esperado. Aunque el exitismo dictamine que es el título o nada, las sombras del fracaso fueron superadas holgadamente, gracias al indiscutido talento de unos y al amor propio de otros. A la luz de los hechos, nadie puede negar que el estelar combinado es fiel reflejo de su inestable mentor: adelante, un poema; atrás, un réquiem desolador. Y si por las entrañas circula un néctar espeso y destemplado, pues a no sorprenderse, también es parte de la materia en cuestión. Sólo hace falta tomar los recaudos pertinentes para evitar que la onda expansiva deje un tendal de víctimas fatales. Después de todo, la blasfemia no tiene perdón divino.

En una sociedad donde, cotidianamente y en cualquier orden, la frustración se impone por goleada a todo tipo de afán, el acontecimiento que reúne a los mejores del planeta se transforma en el centro de atención por excelencia donde confluyen, antagónicas, las dos caras del ser nacional. El fútbol vernáculo despierta pasiones donde abrevan los pro y los contra, y nada mejor que un mundial para llevar al extremo el sentimiento. La cuestión se exacerba cuando domina la escena una figura que despierta tantas adhesiones como rechazos. Si la cosa marcha bien, su estrella volverá a brillar con soberano fulgor; de lo contrario, el fuego del infierno consumirá su presente, confinando el mito al olimpo del pasado.
Paradojas del destino. Con una propuesta ofensiva letal, el gol lo marca un defensor, para colmo uno de los más discutidos. Con un cuerpo técnico acusado de no practicar jugadas con pelota parada, el gol llega gracias a un movimiento de pizarrón soplado al gran motivador otomano. Así es el fútbol. Desde afuera, las voces coincidieron en la importancia de haber ganado el primer partido; desde adentro, tiraron una pista para entender el porqué del examen aprobado. Los protagonistas apuntaron al cambio de mentalidad para marcar diferencias con el padecimiento de las eliminatorias. Pero ¿sólo se tratará de eso? Por lo pronto, y de acuerdo a lo demostrado en el test inicial, el pase a la siguiente fase no corre peligro alguno.
