
Lo que no se animó a decir, el jueves pasado, el hemisferio pensante de famosa dupla enclavada en los mediodías enredados, lo dijo sin pelos en la lengua, el lunes, quien carga sobre sus espaldas una indiscutida y extensa trayectoria que ningún chupalerche, por más alto que haya logrado llegar en la consideración de los jerarcas de la emisora, puede equiparar. Hay cosas que solamente un apellido con peso propio puede decir –más allá de gustos y preferencias– sin temor a represalias, gracias a la inmunidad que le otorgan sus antecedentes profesionales. Puede que ya no brille como en sus mejores épocas, pero el resplandor está.
Según ellos mismos blanquearon el martes –la historia fue narrada en capítulos–, el agredido por el goleador histórico no fue ningún perejil de pagineja virtual, sino el corresponsal –si es que así puede denominarse a quien envía por mail cuatro miserables líneas sobre la actualidad del único equipo de la ciudad que milita en la primera categoría del fútbol argento– que tiene en estas tierras un periodicucho deportivo de distribución nacional. El desencadenante resultó ser, continuaron relatando, una diferencia de opiniones respecto de la autoría del tercer tanto convertido al último equipo de la tabla en la quinta fecha. Cuestión absolutamente menor.
Lo preocupante es el estado emocional del veterano veinte. ¿Qué le pasa? Está en su mejor momento, se ganó la idolatría de la afición, fue reconocido por el ¿entrenador? de la selección con dos convocatorias –aunque esta segunda haya quedado trunca–, es el emblema del equipo, entró en la historia de la institución por sus cien goles, tiene ganas de seguir si el equipo clasifica para la copa ¿entonces? ¿por qué la reacción descontrolada? Habrá que convenir que prontuario no le falta, pero en este preciso momento es probable que el tema pase por una lucha incompatible y desigual entre esfuerzo mental y esfuerzo físico. ¿Será?
Dos escenas, parecidas a un simple golpe de vista, pero diferentes en la profundidad del concepto, signaron la soleada tarde del sábado. Miles de almas, ataviadas de rojo y negro, remontando ciento cincuenta kilómetros con las mejores expectativas a cuestas, no es lo mismo que miles de almas, ataviadas de rojo y negro, desandando ciento cincuenta kilómetros con la euforia del triunfo asegurado. Y la explicación es sencilla, en un fútbol donde las dicotomías no se resignan a abandonar el centro de atención, la experiencia se impuso a la juventud en un desbordante coliseo romano que apostaba sus pulgares arriba a favor de la lozanía del noviciado local y no tuvo más remedio que avenirse al silencio de la derrota.




Enterrar a un muerto, definitivamente, es uno de los trabajos que bien podría ser considerado como insalubre. Sin embargo, al transpolar la lúgubre tarea de depositar un óbito en su última morada al ámbito del fútbol, la cuestión se torna bien diferente. Resulta una faena sencilla, y nada perjudicial en lo que a la salud mental se refiere, inhumar, con tres buenas carradas de tierra, a una masa liquidada, inerte, fenecida antes de pisar siquiera el camposanto donde los sepultureros sólo tuvieron que hacer un tibio esfuerzo para completar tan sentidas exequias. Si bien en algún minúsculo lapso la cosa pareció entrar en un cono de sombras, la jerarquía de los laburantes del pico y la pala acabó cerrando la tumba con el finado a buen resguardo.




Con el resultado puesto, las voces fueron coincidentes. El sabalé perdió una gran oportunidad de sumar tres puntos. Frente a un rival que ya no es lo que era entonces, esquivó la mano que el destino le extendió en un día donde el rojo y negro se vio resplandeciente frente al gris del adversario. Sólo en los colores, claro. Puesto que si no logró imponerse ante tamaño rejuntado es porque este once sabalero no es, en esencia, el mismo que el torneo anterior. Parece como si hubiera perdido presencia en la cancha, ese plus de temperamento que sobresalía en los momentos más críticos y que empujaba al equipo hacia delante. La base está, inclusive reforzada, pero aún no se ve un funcionamiento armonioso, parejo, compacto.



Durante toda la semana no se habló de otra cosa. El sabalé tenía que reencontrarse con el triunfo para no perder de vista el objetivo, que pasó de enfrascarse en una ardua y constante pelea por gambetear el estigma del promedio a mirar con ojos lujuriosos esos logros sólo destinados a los ambiciosos con carácter. Si bien en el inicio del torneo, las dudas lograron posicionarse al tope de las inquietudes, el torbellino imparable que desplegó sobre la gramilla el pasado viernes funcionó como ventarrón sureño, despejando esos nubarrones amenazadores que parecieron encapotar el panorama rojinegro. Coraje, contundencia y una pizca de picardía, la simple fórmula reactiva que acalló murmullos y desató la algarabía.

