Si se trazara un paralelo entre la gestión institucional y la deportiva podrían descubrirse muchas coincidencias. Una cabeza que gusta del parloteo ante cámaras y que se esfuerza en sostener una imagen de erudito en la materia. Un gasto sideral en estructura vacía de contenido. Resultados que ya ni siquiera provocan disgusto, sino indiferencia. La falsa pertenencia sólo tiene para mostrar una maqueta del proyecto; en concreto, las manos aparecen vacías. El entrenador sólo tiene una parva de nombres importantes; en definitiva, ni un atisbo de la idea de conjunto. Ambas caras de la misma moneda, con tantos puntos en común, deberán hacerse cargo de un porvenir sin demasiadas alternativas.El excelentísimo señor presidente tendrá la posibilidad de seguir edificando un futuro personal promisorio; pero si en cuatro años no consigue un título, ésta será su última re-re. La masa societaria no le renovará la confianza. El técnico tendrá la posibilidad de formar un grupo a imagen y semejanza; pero si en el corto plazo no consigue un título, su ciclo estará terminado. La afición no le tendrá tanta paciencia como al ex. Tanto uno como otro saben que la parafernalia pasa, sólo los logros quedan. ¿Qué podrá esperarse cuando las inauguraciones y los eventos acaben? ¿Qué podrá esperarse cuando los torneos se sucedan y la intrascendencia persista? Hasta la mejor cháchara se agota en sí misma.
El lunes, el sabalé sufrió una derrota contundente a base de juego simple y colectivo. Características que, a pesar de las victorias recolectadas, no aparecen en sus actuaciones. Muy por el contrario. En este ciclo, los triunfos han sido ajustados, los rendimientos intermitentes y el funcionamiento irregular. Si en un principio se habló del orden que el dt supo imprimirle al equipo, hoy podría decirse que perdió lo poco que obtuvo en una primera instancia. En sus últimas declaraciones, destacó la jerarquía de la defensa, el buen nivel futbolístico de un par de protagonistas que no venían siendo titulares y que aparecieron en cancha desde el inicio y la “radiografía perfecta” que había hecho del rival. La realidad mostró otra cosa.
APOSTILLAS
Satisfacción garantizada. El primer mandatario lanzó a la venta los palcos corporativos. La cotización es tan elevada que intermedia una institución crediticia a fin de facilitar las operaciones en cómodas cuotas. Es de imaginar que la mente brillante se habrá apoyado en un estudio de mercado para asegurar el cartelito de “localidades agotadas”. ¿O habrá pensado en obsequiar los que queden de clavo con tal de no verlos vacíos?
Fuga de cerebros. El eficiente director ejecutivo del fútbol neonato-infanto-juvenil, afirmó que en las inferiores hay “veintidós jugadores que pueden llegar y triunfar”. Entre la revolución, las escuelitas, los convenios y la mar en coche dicen tener bajo la lupa a más de ocho mil promesas. Números desproporcionados. Por lo pronto ya amenazó con renunciar si el “biondo gnocchi” no gana las elecciones. ¡Que alguien cierre la puerta!
Reculando feo. Al final, después de tanto amagar, el innombrable se fue al mazo. Hizo alharaca con pedidos de informes, salió a los medios a gritar su verdad y pegar donde más duele, pero a la hora de los bifes se bajó del carro dejando a medio mundo plantado. Otra vez se la dejó servida a la falsa pertenencia. Al parecer no quiere volver hasta borrar sus máculas o hasta ver cómo se lo imploran de rodillas. ¿Aparecerá para emitir su voto?
Estrategia previsible. Las derrotas le abren la puerta a las buenas noticias. Vuelve el fracasado torneo internacional de verano, ha sido puesta en marcha la organización de la “mega-fiesta” de reinauguración y el hotel de campo ya tendría agendadas sus primeras reservaciones de carácter internacional. El chupalerche primero no da abasto con los anuncios. Como cada fin de torneo, el fracaso futbolístico se esconde rápidamente bajo la alfombra.
Desde que comenzó esta nueva etapa, la ilusión de la tribuna sube y baja, al ritmo de los resultados Las buenas producciones alimentan la esperanza, elevándola a niveles insospechados; las malas, la bajan de un hondazo a velocidad luz. El escenario previo se planteó ideal. Un rival disminuido, tal y como les gusta a los mediocres. Algo más de sesenta minutos en superioridad numérica, tal y como les gusta a los ventajeros. Sin embargo, el negro sufrió –superado en el juego– en el primer tiempo y empujó –a fuerza de amor propio– en el segundo. Sólo le alcanzó para un desabrido empate, justo cuando las expectativas apuntaban a torcer el mal comienzo de torneo. Esta vez, no supo capitalizar ni las favorables condiciones del trámite.


Desde que comenzó esta nueva etapa, el sabalé apareció en cuenta gotas. Hasta el momento, no ha sido capaz de sostener la dinámica pretendida ni el criterioso manejo de pelota que lo convierta en un conjunto equilibrado durante los noventa minutos de juego. Para quien debe imprimirle su sello personal, los primeros cuarenta y cinco de la pasada fecha –por él calificados como “maravillosos”– fueron los que expresaron su modelo ideal de equipo. En esta oportunidad sólo lo conformó el resultado. Una vez finalizado el encuentro, reconoció el bajo nivel futbolístico desplegado por sus dirigidos y desgranó los pormenores suscitados en cancha cual avezado comentarista deportivo. Otro candidato a engalanar la caja boba.


En el fútbol de hoy, la versatilidad es condición indispensable. Un delantero, durante noventa minutos de juego, no sólo justifica su presencia cuando convierte un gol. También colabora defendiendo en jugadas de pelota parada y de diversas formas en la ofensiva. La cuestión comienza a ponerse oscura si resulta intranscendente. O, lo que es peor, si al finalizar el encuentro, la afición se retira con la sensación de que el equipo jugó con uno menos. Es cierto que una mala tarde la tiene cualquiera, pero hay estadísticas que son implacables. Once partidos en cancha, tres tantos. Más allá del triunfo, la gente se fue mascullando bronca porque la diferencia en el marcador debería haber sido mayor para no terminar sufriendo.


