
Mientras el primer mandatario se pavonea como fiel miembro de la corte celestial que preside el don mayor, despidiendo a los valores rojinegros que partieron en busca de la gloria –que acá no encontraron– del otro lado del océano, va cayendo gente al baile. Ya llegaron tres en una escala, podría decirse, ascendente, pero todos muy lejos de los rutilantes nombres que la caterva de obsecuentes oficiosos lanzó al aire en medio de la debacle de cierre de torneo para aplacar los ánimos de una afición desilusionada. Una infantil estrategia a la que es muy afecta la falsa pertenencia, pero que no alcanza para borrar tan rápidamente las ligeras promesas de laureles propaladas por el mayorista de humaredas, experto en vender lo inalcanzable.
Al parecer, los primeros son sólo una muestra. Según dejaron entrever los lacayos de la dirigencia, las incorporaciones completarían el cupo permitido. O sea, siguen borrando con el codo lo que escriben con la mano. Por un lado, la continuidad, tan favorable debido al conocimiento que el dt tiene del plantel. Sin embargo, siete elementos nuevos, implica, casi casi, empezar de cero. Por otro, la prioridad para los chicos de inferiores. El entrenador afirmó, con sumo convencimiento, que para la próxima temporada quería que “cuatro o cinco” juveniles formaran parte del equipo titular. Si se suman los “refuerzos de calidad” con los veteranos que tienen comprado el puesto ¿qué lugar le queda al piberío expectante?
Así las cosas, la fiestita patrocinada por quien intentará sobrevivir en una cultura extraña, les dará el changüí suficiente para armar un plantel con aroma a césped recién regado, pero no evitará que los resultados condicionen el futuro del cuerpo técnico y de la dirigencia, con vistas a las elecciones de diciembre venidero. Comenzar bien y terminar mal sería más de lo mismo: fracaso. Un traspié inicial podría desembocar en la debacle total. ¿Habrá plan b? El “biondo gnocchi”, públicamente, ya dio por sentada su perpetuidad. En su nutrida agenda no figura, ni remotamente, la posibilidad de una nueva frustración deportiva. En el peor de los casos, confía en que el cemento equilibrará la balanza. ¿La masa societaria pensará lo mismo?

El mejor estadio del país, el mejor predio del país, el mejor técnico del país, el mejor hotel del país, y uno de los peores equipos del torneo. Ese es el 




Al final de un nuevo bochorno, el entrenador y el goleador histórico sentaron posición. “Me voy enojado, no sé qué pasó”, dijo quien armó el circo. Seguidamente, llovieron las excusas. Que uno jugó lesionado, que otro jugó con un problema estomacal. Después, fue el momento del verso para la tribuna. Que faltó inteligencia para manejar la pelota. Que las tres pepas llegaron por errores propios. Todo sonó a descargo, como si él hubiese sido un mero espectador sin ingerencia en la puesta de la obra. Los malos resultados, al parecer, le provocan amnesia. Olvida que este grupo lo armó él, incorporaciones incluidas, y que juega a su imagen y semejanza. “Voy a tomar decisiones”, lo afirmó, se retractó, lo volvió a afirmar.


Las tan mentadas aspiraciones del primer equipo se redujeron al impulso que tomó la afición presente en el 
